CAMILLE CLAUDEL

Escultora, 1864-1943

Me volví mi propia máscara. Con cada puñado de yeso cubrieron mi cara y con cada golpe labraron en mí el vacío y la nada.

Creo que nunca tuve un lugar. Ni siquiera tuve dónde enterrarme. Crecí sabiendo que ocupaba el sitio de un hermano que murió al nacer antes que yo, busqué un futuro en un taller donde solo veían la firma de mi maestro en mis obras y esperando un hueco en su vida, un hueco que siempre fue de otra. O en realidad de ninguna.

Aún así me sacudí el escombro y eché a andar, pero mis pies estaban tan bloqueados como los de una escultura a su propia peana. No fui muy lejos.

Escapé del ruido y la crítica, me encerré donde no pudiera escuchar a nadie decirme que yo no era nadie. Pero entonces de mi sueño de libertad me arrancaron a golpes de cincel, me encerraron por loca, porque es una locura querer ser una misma. Y nunca más volé.

Ni siquiera cuando me fui, sola, sin un solo abrazo ni palabra de nadie. Ni siquiera entonces encontré mi sitio. Un agujero en el patio del manicomio. Un agujero pisoteado años después.

Como si una mano negra me persiguiera en cada uno de mis pasos, frenando mi marcha, ensuciando mi nombre. Me volvieron mates los ojos, cerrada la boca.

Apátrida. Eso fui. Apátrida en mi propia historia.

_____________________

Cuando Paula, el personaje interpretado por Ingrid Bergman en la película Gaslight (1944), enfrenta a su marido por coquetear con otra mujer, la respuesta de Gregory no es negar la acusación ni confirmar la sospecha, sino preguntar: “¿Estás imaginando cosas de nuevo Paula?”. Cuando en otra escena uno de los cuadros de los recién casados desaparece, Gregory inquisitivamente insiste en preguntarle a su mujer dónde está la pintura y por qué la sacó de su lugar, a pesar de que ella afirma que no la ha tocado. Así, poco a poco, a lo largo de la película, el marido de Paula, a través de sus respuestas y acciones –entre ellas bajar el gas de las lámparas de la casa para que solo iluminen de forma tenue y hacerle creer a Paula que lo está imaginando– terminan por convencer a la mujer de que ha perdido la noción de la realidad.

La luz de gas es eso: hacer creer que sus malos actos son fruto de tu imaginación. Por que no solamente es inocente, sino que tú estás loca.


Y es que cuando conduces tú sola contra una marea de automóviles que circulan hacia ti lo más lógico puede ser pensar que la que va en sentido contrario eres tú. Hacerte dudar es todo lo que necesitan.


Si cuando a Camille la ingresaron padecía una depresión, que todavía es hoy día motivo de rechazo, en treinta años de encierro en un asilo sin contacto con nadie más que otros enfermos mentales, lo más normal es que al final su realidad se viese distorsionada.

Pero no, Camille repitió hasta el último aliento en su diario y en las charlas con el director que era víctima de una traición. De su familia y del propio Rodin, que ansiaba hundirla por miedo a que le superase.


Camille murió sola, anciana, tomada por loca y secuestrada. Pero supo hasta el último momento quién era detrás de esa luz tenue que inundaba su figura.

Marta Zeraus
Fotografía social 

Instagram

@martazeraus

Follow Us

martazerau@qodeinteractive.com